In memoriam M.C.Q.
Hoy, en el día de tu nacimiento, tu ausencia se hace más presente. Te evoco y vienen a mí una serie de imágenes tuyas que el tiempo, afortunadamente, no ha logrado borrar: tu andar, tu sonrisa, tus inconfundibles ojos, tu espalda buscando mis manos para el infaltable masaje...
Recuerdo diálogos de recreo, conversaciones en escaleras y pasillos y nuestra última charla en la puerta del colegio. Jamás hubiera pensado que tras ese día no volvería a verte. A la Muerte no le gusta dar indicios a la gente joven.
Rememorándote, y reviviendo aquella tarde de espera en que Leo se puso al piano y vos y yo unimos una vez más nuestras voces, estás hoy nuevamente a mi lado sobre el escenario, con la sala en penumbras y envuelta en su eco característico. Mirándome a los ojos y con el micrófono en la mano, estás cantando conmigo la mejor canción que el burlón destino nos instó a dedicarnos aquel día: “Cuando estés mal, cuando estés solo, cuando ya estés cansado de llorar, no te olvides de mí porque sé que te puedo estimular”.
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