Cadáver bloxquisito II
Bien, tras haber leído vuestros comentarios y sugerencias, haré lo que se me antoje... nah, chiste, que viva la armonía. De hecho, les agradezco las ganas que manifiestan de hacer otro texto en “blogmunidad” (sí, voy a inventar muchas más palabras bobas con BLOG, ¿no puedo?), me viene más que bien en estos días ajetreados.
De acuerdo con vuestros deseos, la mayoría se inclinó por empezar un texto nuevo y éste será, entonces, el espacio dedicado al mismo. Dado que —como sugiere Cerebro Magnético— estaría bueno armar una historia, he aquí las nuevas reglas que decreté como para que todos quedemos contentos:
- TRES palabras como mínimo y CINCO como máximo por comentarista + un opcional signo de puntuación (coma, punto, punto y coma, puntos suspensivos, guión, paréntesis, comillas, signo de interrogación/exclamación).
- Hay que copiar y pegar lo anterior, de modo que en el último comentario vaya quedando el texto que se está conformando. Véase el ejemplo:
- La siguiente condición es que sea gramaticalmente correcta, es decir, se admiten giros poéticos y palabras inventadas, pero nada de “EL SILLAS” o cosas por el estilo (ni guarangadas innecesarias, che, que la edad del pavo ya la pasamos).
- Se puede seccionar el texto en partes, y no me refiero únicamente al uso del punto y aparte, sino a la posibilidad de poner cosas como “Capítulo I”; “Escena Nº tanto”; “Otro día en el bar” y lo que se les ocurra.
- Asimismo, es posible agregar puntuación a lo escrito previamente por otro comentarista, pero tengan en cuenta que en ese caso estarían gastando así su propio signo opcional. Y una cosa es agregar y otra muy distinta quitar o cambiar, eso sí que no, ¿eh? Lo máximo modificable es algún error ortográfico y de eso, si me permiten, me encargo yo.
- Por último, no vale que una persona haga comentarios seguidos, siempre debe esperar al menos un turno (téngase a bien no hacer trampitas con el uso de anónimos y/o apodos varios).
- Y para que nadie se ofenda, sépase que borraré todo aquel comentario que no acate las 6 reglas anteriores, una cuestión de principios que le dicen.
- Cualquier duda, reclamo, opinión o delirio trasnochado que esté ajeno a este cadáver bloxquisito que ahora emprendemos, tengan a bien hacerlo en los comentarios del post que está inmediatamente debajo de éste (“All together again”).
Comentarista 1:
CARPE ES MUY
Comentarista 2:
Carpe es muy ROMPE-PELOTAS CON SUS EJEMPLIFICACIONES
Comentarista 3:
Carpe es muy rompe-pelotas con sus ejemplificaciones... PORQUE TIENE MIEDO DE
(Etcétera)
Ahí vamos. Alea iacta est.
82 Comments:
“NUNCA HABLES CON EXTRAÑOS
"Nunca hables con extraños " ME DECIA LA TIA TOTA
"Nunca hables con extraños", me decía la tía Tota Y AUNQUE LA APRECIO MUCHO
"Nunca hables con extraños", me decía la tía Tota y aunque la aprecio mucho, RECONOZCO EN SU FRASE
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase UNA TENTADORA PROHIBICIÓN QUE
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición QUE NO PODÍA DEJAR DE
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de TRANSGREDIR.
FUE ASÍ COMO LA
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la TARDE DEL 6 DE MARZO
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, EMPECINADO EN LAS TRANSGRESIONES, OPTE
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté POR IR A LO DE
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de UNA PERSONA COMPLETAMENTE DESCONOCIDA Y
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y COMENZAR UN APASIONADO ROMANCE,
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance. EL PROBLEMA ERA QUE NO
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance. El problema era que no ME DECIDÍA POR
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por CUÁL PUERTA GOLPEAR. ENTONCES
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces PENSÉ QUE SERÍA BUENO
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno DEJAR MI SUERTE LIBRADA AL
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al BAZAR, Y HACIA ALLÁ FUI
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar,y hacia allá fui BUSCANDO UNA CURA MOMENTÁNEA, SUBLIME
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar,y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. ME SUBÍ POR ENDE AL
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar,y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al PRIMER TAXI QUE VI
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar,y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi Y LE DIJE AL CHOFER
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar,y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: AL INFINITO Y MÁS ALLÁ.
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Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar,y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más alla. CONDUJO SILENCIOSO POR LARGO RATO
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar,y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más alla. Condujo silencioso por largo rato HASTA QUE, REPENTINAMENTE,
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más alla. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, VI UN MAGNÍFICO BAZAR
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
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“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel "Entre, ATRÉVASE A BUSCAR NOSTALGIAS Y
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: "Entre, atrévase a buscar nostalgias y NO ENCONTRARÁ NINGUNA
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: "Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; AQUÍ SE VENDEN ALMAS"
Xuravet dijo...
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: "Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas". Y ENTRÉ NOMÁS
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
ME ATENDIÓ UN SEÑOR BARBUDO
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, VESTIDO CON UNA TUNICA VERDEMAR
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, DE MIRADA APACIBLE PERO PENETRANTE
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar,de mirada apacible pero penetrante. ME RECIBIÓ CON UN ESTORNUDO.
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar,de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. "Salud" dije, y se desplomó
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar,de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. "Salud" dije, y se desplomó ANTE MIS PIES DEJÁNDOME DESCONCERTADO
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar,de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. "Salud" dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿SERÍA UN RITUAL DE BIENVENIDA
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
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Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar,de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. "Salud" dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? LE BUSQUÉ EL PULSO PERO
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar,de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. "Salud" dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida?. Le busqué el pulso pero INESPERADAMENTE ME TOMÓ DEL BRAZO
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Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar,de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. "Salud" dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida?. Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo CON TANTA FUERZA QUE
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Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar,de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. "Salud" dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida?. Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que TUVE QUE AGACHARME AL NIVEL
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar,de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. "Salud" dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida?. Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel DE SUS OJOS. SU EXPRESIÓN
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar,de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. "Salud" dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida?. Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel DE SUS OJOS. Su expresión TAN PÁLIDA. DETRÁS MÍO UN
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar,de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. "Salud" dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida?. Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un DROMEDARIO GOLPEABA INSISTENTE MI ESPALDA
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. “Salud” dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
YO NO ESTABA DROGADO
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. “Salud” dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, TAN SOLO ALGO BEBIDO
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. “Salud” dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido CON EL TÉ DE TILO
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. “Salud” dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. SÚBITAMENTE SE INCORPORÓ Y DIJO
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. “Salud” dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo: EL DROMEDARIO NO SE VENDE.
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. “Salud” dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo: El dromedario no se vende.
MIRÉ ATÓNITO A MI ESPALDA
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. “Salud” dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo: El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda MIENTRAS EL DROMEDARIO DESAPARECÍA, NUEVAMENTE
Xuravet dijo...
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. “Salud” dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo: El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente DEJANDOME ESTUPEFACTO
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. “Salud” dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo: El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
¿TIENE CALOR? ACÉRQUESE
Begonia Loverraine. dijo...
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. “Salud” dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo: El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
¿Tiene calor? Acérquese Y TOME ESTE TÉ HELADO
Begonia Loverraine. dijo...
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. “Salud” dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo: El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado. NO GRACIAS, YA TOMÉ Y
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. “Salud” dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo: El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado. No gracias, ya tomé y SUFICIENTE POR LO VISTO.
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. “Salud” dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo: El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado. No gracias, ya tomé y suficiente por lo visto.
HÁBLEME DE LO QUE VENDE
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer: al infinito y más allá. Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo. “Salud” dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo: El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado. No gracias, ya tomé y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
BIEN. ¿VÉ AQUEL PASILLO
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? LO VENDO BIEN BARATO.
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿CUÁNTO ES BARATO?
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
-¿Cuánto es barato?
-TAN SÓLO 10 KOPECKS.
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
-¿Cuánto es barato?
-Tan solo 10 KOPECKS.
-¿Y LAS ALMAS?
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
-¿Cuánto es barato?
-Tan solo 10 Kopecks.
-¿Y las almas?
-1.50
TORCÍ EL LABIO PENSATIVO
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
-¿Cuánto es barato?
-Tan solo 10 Kopecks.
-¿Y las almas?
-1.50
Torcí el labio pensativo.
-¿Y DE QUE TIPOS TIENE?
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—DE LAS QUE SE VENDEN...
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden A CAMBIO DE LUJOS INALCANZABLES
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden a cambio de lujos inalcanzables.
QUIZÁS ALLÍ ESTUVIERA LA MÍA.
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé, y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden a cambio de lujos inalcanzables.
Quizás allí estuviera la mía –PENSÉ, Y COMENCÉ A BUSCARLA
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé, y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden a cambio de lujos inalcanzables.
Quizás allí estuviera la mía –pensé, y comencé a buscarla SIN SABER EXACTAMENTE COMO SERÍA
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé, y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden a cambio de lujos inalcanzables.
Quizás allí estuviera la mía –pensé, y comencé a buscarla sin saber exáctamente cómo sería.
ENTONCES VI SU EXPRESIÓN DIVERTIDA
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé, y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden a cambio de lujos inalcanzables.
Quizás allí estuviera la mía –pensé, y comencé a buscarla sin saber exáctamente cómo sería.
Entonces vi su expresión divertida. LA IMAGEN DE MI TÍA
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé, y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden a cambio de lujos inalcanzables.
Quizás allí estuviera la mía –pensé, y comencé a buscarla sin saber exáctamente cómo sería.
Entonces vi su expresión divertida. La imagen de mi tía PARADA JUNTO AL DROMEDARIO
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé, y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden a cambio de lujos inalcanzables.
Quizás allí estuviera la mía —pensé, y comencé a buscarla sin saber exáctamente cómo sería.
Entonces vi su expresión divertida. La imagen de mi tía parada junto al dromedario ME DISTRAÍA EVENTUALMENTE, PERO A
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé, y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden a cambio de lujos inalcanzables.
Quizás allí estuviera la mía —pensé, y comencé a buscarla sin saber exáctamente cómo sería.
Entonces vi su expresión divertida. La imagen de mi tía parada junto al dromedario me distraía eventualmente, pero a NADIE LE MOLESTABA QUE ELLA
Ary dijo...
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé, y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden a cambio de lujos inalcanzables.
Quizás allí estuviera la mía —pensé, y comencé a buscarla sin saber exáctamente cómo sería.
Entonces vi su expresión divertida. La imagen de mi tía parada junto al dromedario me distraía eventualmente, pero a nadie molestaba que ella DEPARTIERA ALEGREMENTE CON LAS ALMAS
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé, y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden a cambio de lujos inalcanzables.
Quizás allí estuviera la mía —pensé, y comencé a buscarla sin saber exáctamente cómo sería.
Entonces vi su expresión divertida. La imagen de mi tía parada junto al dromedario me distraía eventualmente, pero a nadie molestaba que ella departiera alegremente con las almas CERCANAS.
ELEGIME DIJO ESTIRANDO LA
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé, y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden a cambio de lujos inalcanzables.
Quizás allí estuviera la mía —pensé, y comencé a buscarla sin saber exáctamente cómo sería.
Entonces vi su expresión divertida. La imagen de mi tía parada junto al dromedario me distraía eventualmente, pero a nadie molestaba que ella departiera alegremente con las almas cercanas.
Elegíme dijo estirando la MANO, PERO NO PODÍA HACERLO
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé, y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden a cambio de lujos inalcanzables.
“Quizás allí estuviera la mía” —pensé, y comencé a buscarla sin saber exáctamente cómo sería.
Entonces vi su expresión divertida. La imagen de mi tía parada junto al dromedario me distraía eventualmente, pero a nadie molestaba que ella departiera alegremente con las almas cercanas.
“Elegime” —dijo estirando la mano, pero no podía hacerlo PORQUE SÓLO TENÍA DINERO PARA
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé, y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden a cambio de lujos inalcanzables.
“Quizás allí estuviera la mía” —pensé, y comencé a buscarla sin saber exáctamente cómo sería.
Entonces vi su expresión divertida. La imagen de mi tía parada junto al dromedario me distraía eventualmente, pero a nadie molestaba que ella departiera alegremente con las almas cercanas.
“Elegime” —dijo estirando la mano, pero no podía hacerlo porque sólo tenía dinero para LA MÍA, SI LA ENCONTRABA.
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé, y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden a cambio de lujos inalcanzables.
“Quizás allí estuviera la mía” —pensé, y comencé a buscarla sin saber exáctamente cómo sería.
Entonces vi su expresión divertida. La imagen de mi tía parada junto al dromedario me distraía eventualmente, pero a nadie molestaba que ella departiera alegremente con las almas cercanas.
“Elegime” —dijo estirando la mano, pero no podía hacerlo porque sólo tenía dinero para la mía, si la encontraba. ME MIRÓ COMPRENSIVA Y SEÑALÓ
“Nunca hables con extraños”, me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud— dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo. Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé, y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 Kopecks.
—¿Y las almas?
–1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden a cambio de lujos inalcanzables.
“Quizás allí estuviera la mía” —pensé, y comencé a buscarla sin saber exáctamente cómo sería.
Entonces vi su expresión divertida. La imagen de mi tía parada junto al dromedario me distraía eventualmente, pero a nadie molestaba que ella departiera alegremente con las almas cercanas.
“Elegime” —dijo estirando la mano, pero no podía hacerlo porque sólo tenía dinero para la mía, si la encontraba. Me miró comprensiva y señaló UN ESPEJO A MIS ESPALDAS.
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