noviembre 20, 2007

Capítulo I - Al (b)azar

“Nunca hables con extraños” —me decía la tía Tota, y aunque la aprecio mucho, reconozco en su frase una tentadora prohibición que no podía dejar de transgredir.
Fue así como la tarde del 6 de marzo, empecinado en las transgresiones, opté por ir a lo de una persona completamente desconocida y comenzar un apasionado romance; el problema era que no me decidía por cuál puerta golpear. Entonces pensé que sería bueno dejar mi suerte librada al bazar, y hacia allá fui buscando una cura momentánea, sublime. Me subí por ende al primer taxi que vi y le dije al chofer:
—Al infinito y más allá.
Condujo silencioso por largo rato hasta que, repentinamente, vi un magnífico bazar que ostentaba un cartel: “Entre, atrévase a buscar nostalgias y no encontrará ninguna; aquí se venden almas”. Y entré nomás.
Me atendió un señor barbudo, vestido con una túnica verdemar, de mirada apacible pero penetrante. Me recibió con un estornudo.
—Salud —dije, y se desplomó ante mis pies dejándome desconcertado. ¿Sería un ritual de bienvenida? Le busqué el pulso pero inesperadamente me tomó del brazo con tanta fuerza que tuve que agacharme al nivel de sus ojos. Su expresión tán pálida. Detrás mío un dromedario golpeaba insistente mi espalda...
Yo no estaba drogado, tan solo algo bebido con el té de tilo.
Súbitamente se incorporó y dijo:
—El dromedario no se vende.
Miré atónito a mi espalda mientras el dromedario desaparecía, nuevamente dejándome estupefacto.
—¿Tiene calor? Acérquese y tome este té helado.
—No gracias, ya tomé, y suficiente por lo visto. Hábleme de lo que vende.
—Bien. ¿Ve aquel pasillo? Lo vendo bien barato.
—¿Cuánto es barato?
—Tan sólo 10 kopecks.
—¿Y las almas?
—1.50
Torcí el labio pensativo.
—¿Y de qué tipos tiene?
—De las que se venden a cambio de lujos inalcanzables.
“Quizás allí estuviera la mía” —pensé, y comencé a buscarla sin saber exáctamente cómo sería.
Entonces vi su expresión divertida. La imagen de mi tía parada junto al dromedario me distraía eventualmente, pero a nadie molestaba que ella departiera alegremente con las almas cercanas.
—Elegime —dijo estirando la mano, pero no podía hacerlo porque sólo tenía dinero para la mía, si la encontraba. Me miró comprensiva y señaló un espejo a mis espaldas.
Ahí estaba, mirándome fijamente, pero una terrible duda me invadió: “¿Realmente sería ella?”, pues me guiñaba un ojo y con semblante extraño, casi siniestro, dejó ver entre sus piernas algo que no pude reconocer. Sin embargo, algo me decía: “Avanza y toca”; dudé, pero algo irresistible me hizo estirar el brazo tontamente hacia la nada.
El señor barbudo entonces dijo:
—Déjese de sandeces, mequetrefe. ¿Qué busca realmente?
Ofuscado repliqué:
—Un alma clandestina.
—Conque clandestina, déjeme buscar entre los manu chaos aquellos... Hum. PUF. ¡UY! Acá justo había dejado una muy buena para casos especiales...
Mientras buscaba, removía muchas almas que simplemente hacían bulto hasta que encontró el alma de Cata.
—Será necesario que tenga cuidado. Sacúdala un poco antes de usarla. Vence en febrero.
—Ahá. ¿Y cómo la puedo mantener sosegada?
—Pues bien, ella necesita una única cosa para eso: mire bajo la tela, sienta esta botella, sólo dele un sorbito cada día (no usted) y espere a que cambie de color.
Lo miré confundido.
—Cambia todo cambia. Observe la cotización del Dólar, cambia constantemente. Esta alma cambiará.
—Aquí el metal.
Cata me agradeció por haberla comprado y dijo:
—“Nunca hables con extraños”.