Días de juego
Cuando terminó la primaria, allá por 1982, uno de mis hermanos partió solito rumbo a EE.UU. para estudiar inglés y visitar a nuestros familiares asentados en el Norte. Luego de un par de meses, habría de regresar con la voz cambiada y algo que modificaría nuestra existencia.
Yo tenía 7 años; mi hermano, 13 (por algún motivo siempre tuvo esa costumbre de llevarme 6 años) y todavía guardo en mi mente la imagen de mi hermano abriendo flor de bolso con una ansiedad que poco después habría yo de comprender: había traído una Commodore 64, nuestra primera computadora.
Recordamos aquella máquina con un cariño que por poco no nos pianta lagrimones. Recuerdos de infinidad de momentos compartidos y competidos. Bien sabemos que fueron muchas las horas que le dedicamos de nuestras vidas, si bien nunca dejamos de hacer nuestras tareas ni de jugar al aire libre ni nada de eso... no nos convertimos en nerds computadoriles ni tuvieron que mandarnos a un psicólogo (no por la compu al menos). Pero hubo un antes y un después de esa C64 y eso nadie puede negarlo.

Otro recuerdo de mi infancia es la imagen de Gastón llegando con una pila de diskettes y disponiéndose a tipear una larga lista de cosas con la ayuda de mi hermano. Yo tenía que esperar a que cargaran el juego... y que se cansaran de jugar. Entonces era mi turno.
Los resabios de aquella época son varios. Mi hermano fue desde entonces un fanático de la tecnología. Gastón se dedicó a la computación y de eso vive allá por Colombia (cada tanto me lo encuentro en el MSN y nos ponemos al día). Mi hermano y Gastón compartieron una larguísima amistad hasta que los kilómetros tuvieron que distanciarlos. Gastón fue/es un hermano más. Y los tres tenemos una marcada devoción por los jueguitos.
Ahora bien, los otros días, en que me bajé el emulador de C64 y me di un panzazo de nostalgia en soledad, me di cuenta de algunas cosas de aquella época que hicieron a nuestras personalidades. No voy a entrar en detalles porque ya bastante personal —y largo— está quedando este post, sólo diré lo siguiente: yo no podía molestarlos (so riesgo de quedarme sin oportunidad de tocar la compu) y debía esperar pacientemente y en silencio; no obstante, no me aburría, sino que aprendía de lo que veía y escuchaba (y entendía). Tras observarlos jugar, cuando finalmente llegaba mi oportunidad, como debía aprovecharla, muchas veces mi performance jugadoril los dejaba boquiabiertos (y no faltaron veces en que me pidieron que les pasara algún nivel, jé).
El asunto es que, por muy pichi que yo haya sido, mi hermano y yo pudimos disfrutar de nuestra mutua compañía y divertirnos a lo grande, de igual a igual, compitiendo sanamente por obtener el puntaje más alto en el Bruce Lee, en el Spy vs. Spy, en el Wizard of wor, en... (suspendo la lista por lo extensa y nostálgica).
