De los hábitos (2ª parte)
Vayamos, ahora sí, a esos hábitos y/o rutinas que adoptamos voluntariamente y forman parte de nuestro día a día. Siguiendo con la línea de pensamiento anterior, así como hay hábitos y hábitos, hay obsesiones y hay obsesiones. Yo tengo muchas (y cuando digo muchas, son muchas), algunas más graves que otras.
Tal como comentaba F. Lobson, por ejemplo, yo también chequeo el despertador un par de veces antes de rendirme al sueño. Por otra parte, me preocupa notablemente la puntualidad, por lo cual sé muy bien que —si no quiero preocupaciones— debo salir de casa como MUY tarde a las 8 am para ir al trabajo. Si salgo 8:03, aun sabiendo que no necesariamente voy a llegar tarde, me pongo un poquito de mal humor.
Afortunadamente, para todos aquellos que deban soportarme, no tengo muchos más horarios estipulados a cumplir, sólo las mañanas de los días laborales. (Pero no me hagan llegar tarde a algún compromiso porque arde Troya. Igual últimamente me relajé bastante al respecto, debo decir).
No voy a hacer un listado de mi lado oscuro (Luke, I am your father), apenas me detendré en un detalle matinal que decididamente ya incorporé como hábito. Sépase: no suelo desayunar durante la semana (hace como 15 años que perdí ese hábito); por lo tanto, para evitar el clásico comentario de “ay, cómo podés salir con el estómago vacío” o cosas por el estilo, empecé a desayunar con un yogur.
Ahora bien, vestirse al tiempo que uno se lleva a la boca una cucharada de yogur (o de lo que fuere) resulta particularmente incómodo, por lo que debí comenzar a despertarme más temprano para comer el susodicho (no en vano comenté mi obsesión acerca de los horarios). Como era de esperarse, este hábito duró poco y fue rápidamente suplantado por un práctico yogur bebible.
Es así como todas las mañanas laborales, salgo a horario con un Actimel que comienzo a abrir una vez traspasada la puerta de casa y bebo en el trayecto que me separa del subte; unos pasos antes de llegar y bajar las escaleras, arrojo el potecito en un cesto. De lunes a viernes lo mismo (salvo que haya olvidado comprar en cantidades justas).
Si alguien me observara, podría pensar que tomo el Actimel porque creo que sus L-casei defensis (¿quién inventó semejante cosa?) me prevendrán de una baja de defensas que habría de llevarme indefectiblemente a alguna enfermedad, gripe o malestar físico. No, la publicidad aún no ha podido conmigo. Tengo este hábito porque es uno de los pocos yogures bebibles cuyo contenido no es demasiado; si tuviera más líquido, no lo terminaría. Es la cantidad exacta, y el sabor no me desagrada. Punto.
A lo que voy con toda esta perorata yoguril: uno adopta hábitos, cambia algunos o deja otros por alguna razón. A veces se tornan vicios, manías; a veces son tics inconscientes; a veces son sólo costumbres que nos acompañan por períodos determinados de tiempo. Uno de mis últimos hábitos adquiridos es blogger, escribir un poquito, leerlos, comentar...
Empecé a pensar en los hábitos por diversas cuestiones personales (además de cavilar acerca de su etimología), y no sólo me detuve un instante en mis propios hábitos, sino también en los hábitos en sí y en lo poco que la gente —o yo, al menos— les presta atención cuando son tan cotidianos. Creo que dicen mucho acerca de uno. ¿Recordás cuál fue tu último hábito adquirido/abandonado y por qué o cómo comenzaste a tenerlo/abandonarlo?