julio 28, 2008

El gusto por el sabor

Briseida me manda un mail con la duda, que ni siquiera es suya, sino contagiada... porque es una de esas dudas “efecto-dominó”: uno la tiene en un momento dado (o le llega), no puede responderse fácilmente y consulta a quien cree que puede saber; pero la pregunta —así, de sopetón, con la guardia baja— no viene con respuesta automática y hasta encontrar a quien nos venga con la justa y nos convenza, la duda ya ha carcomido varios cerebritos. No es tan difícil, pero bien puede descolocar:
¿Cuál es la diferencia entre gusto y sabor?
Rápido. ¿Qué respondés? ¿Qué ejemplos das? ¿Qué gusto tiene la sal? ¿Cuál es el sabor de la papaya? Aaaaahhhhhhh...ora voy a intentar dejar por escrito la respuesta, así tal vez podamos eternamente saborear el gusto de tener a mano la solución al vericueto lingüístico.
Sí, con la lengua tiene que ver tanto el gusto como el sabor, esa parte es fácil. El asunto creo que está en que a veces no utilizamos apropiadamente gusto, por esa extraña reticencia que le tenemos al verbo saber a la hora de hablar de sabores, y cuando tenemos que decir “sabe a...”, proferimos “tiene gusto a...” (excepto Juanes, a quien el tema le “sabe a pura miércoles por la madrugada”, ejem).
En fin, según la RAE, gusto (del latín gustus): “es el sabor que tienen las cosas” (ahá) y es un “sentido corporal con el que se perciben sustancias químicas disueltas, como las de los alimentos” (ahí va mejorando); y sabor (del latín sapor, -oris) es la “sensación que ciertos cuerpos producen en el órgano del gusto”.
El gusto es el sentido por el cual percibimos los sabores (y hasta donde entiendo, with a little help from our nose). Y dentro de la amplia gama de sabores posibles, el gusto los clasifica en 4 grupos: amargo, agrio, salado y dulce (nota: existiría un quinto, el umami, y acaso un sexto astringente, pero esa parte se las dejo como tarea para el hogar).
Digamos que, si como un caramelo, el gusto me va a decir que es dulce, y el sabor será cereza, limón o lo que corresponda al color y saborizante establecido (la relación color/sabor ya se sabe que es arbitraria).
Por algún motivo misterioso (¿ignorancia tal vez?) tendemos a usar indistintamente las palabrejas en cuestión... y siento que algo raro pasa con este concepto según los idiomas, porque pienso en taste y flavour, o en goût y saveur y no sé si necesariamente condice con lo que vengo de escribir.
Apenas puedo con mi propio idioma, así que les dejo la duda, la “duda-dominó” (que es dominó en doble sentido... ¿será la duda que habrá de dominar al mundo?). Me despido hasta la próxima. Ha sido un sabor... perdón, un gusto.

julio 22, 2008

Fantasía trunca

—Cómo me gustaría que fueras mimosa...
—¡¡¡Yo no soy sirvienta de nadie!!!

julio 14, 2008

Carparabismo

El título del post no significa —necesariamente— que Carpe va derechito para el abismo de la mala producción, sino que pretendo rendir tributo lingüístico a mis ancestros árabes (¿eso de “tributo lingüístico” les habrá sonado tan bizarro como a mí?), si es que acaso efectivamente circula por mis venas algún atisbo de aquellos lares (mis rasgos físicos parecieran afirmar la cuestión).
Sabido es que el español tiene un buen montón de palabras tomadas del árabe; no fueron en vano sus siglos de permanencia en la península. “Ojalá” suele ser una de los primeros ejemplos a citar (wa šā' allāh: “y quiera Dios”), ya que vemos cómo Alá les hizo ooole a los católicos y se hizo su lugarcito para la posteridad.
Los listados son bien largos, basta con buscar en Internet para enterarse de que “macabro” (maqābir) en realidad significaba “cementerio”; que “arrabal” (ar rabat) o “barrio” (barri) implicaban las afueras; que “cifra” (sifr) es un “vacío absoluto” (!); que no tenemos ni idea de lo fascinante que es nuestro idioma ni cuánto árabe andamos hablando por ahí.
Los habitantes de la península, ante tanto árabe que se parloteaba, fueron incorporando palabras, intentado imitar lo que escuchaban, aunque no supieran qué cornos estaban diciendo. Gran parte de las palabras que empiezan con al- (y sus variaciones en as-, ar-, az-, etc.) es el ejemplo más evidente de su desconocimiento.
Unos pocos ejemplos: albañil (al-banna’=el constructor); alcahuete (al-qawwad=el intermediario); alcohol (al-kuhl=el colirio); alfiler (al-jilal=lo que se entremete); almacén (al-majzan=el depósito); alquiler (al-kira’=la arrienda); alquimia (al-kimiya=la química); aceite (az-zait= el jugo de oliva); azafata (al-safat=la bandeja); azúcar (as-sukkar=el azúcar)... Y si te gusta el ajedrez (as-shatranj), juego árabe por excelencia, probablemente ya sepas que alfil significa “el elefante”.
Al es, pues, el artículo en árabe, lo que identifica al sustantivo, independientemente del género o el número... pero parece que los peninsulares no se percataron del detalle y lo asimilaron sin pensarlo demasiado. De ahí que, si decís que le comiste el alfil a tu oponente, estarías diciendo que le comiste “el el elefante” (¿tartamudeando de la emoción tal vez?).
Curiosidades idiomáticas. Yo, por mi parte, yendo en contra de la corriente, quizás como un castigo por la errónea asimilación árabe que acarrea involuntariamente mi español, tiendo a disimilar el verbo ser de cuanta palabra se me cruce. Y me quedo horas meditando imbécilmente palabras como es-calera; es-carpín; es-cara-bajo; es-tu-pidez; es-MI-pidez.

julio 02, 2008

Cri-cri